Misa de Exequias del Padre Gustavo Gutiérrez. Homilía de Monseñor Castillo
Misa de Exequias del Padre Gustavo Gutiérrez (24-10-24)
Homilía de Monseñor Carlos Castillo
(Transcripción)
Queridos hermanos y hermanas:
Aquí estamos como testigos de una historia bien concreta que en nuestras vidas ha sido atravesada por la Cruz del Señor y su Resurrección, gracias a la palabra, el aliento, la compañía, el testimonio y el ministerio de nuestro querido Gustavo. Sería extraño que estuviéramos aquí personas que no han sido tocadas por la fuerza de su palabra, porque es la Palabra del Señor. Gustavo, desde la experiencia humana que vivió, siempre supo con un gran espíritu de disponibilidad ante el Señor, desde muy pequeño, dejarse interrogar, como él decía: “interpelar” por esa palabra que situó siempre en el corazón de la vida de los seres humanos.
Aquí estamos desde personas de comunidades cristianas, sacerdotes, religiosos, obispos, pero también tenemos un pueblo fiel y algunos que son amigos de Gustavo que no necesariamente están dentro de un horizonte estrictamente estrecho que, a veces, tenemos de la Iglesia como una Iglesia con límites y cerrada. Gustavo, desde muy pequeño, siempre estuvo en relación a personas que pertenecían a distintos horizontes, y supo dialogar con ellas, hacerse amigo y reconocer en todo lo humano una presencia de lo divino.
Por eso, hoy día venimos todos: cristianos, amigos de la Iglesia, inclusive, amigos algunos muy lejanos que puede ser que no crean, pero que sintieron pasar en sus vidas la santa humanidad de nuestro querido Gustavo. Y venimos a agradecerle a Dios por su vida, y a la Vida por su vida, porque sabemos que cuando alguien marca nuestras vidas, lo único que nos queda es agradecer y vivir una vida agradecida. Eso es lo que significa tener fe, no tanto nosotros creer en Dios, como más bien confiar en que Él cree en nosotros y, a través de su don gratuito de amor, podernos dejar llevar en el Espíritu para conducirnos, poco a poco, creadoramente, al servicio del sentido profundo que nos da ese don.
Ser cristiano es acoger el don, no crearnos nosotros unas imágenes de Dios que luego se convierten en una serie de prácticas e imaginaciones, y luego nos confesamos de lo que nosotros hemos creado. Ser cristiano es acoger el don misericordioso de Dios en nuestras vidas, representado fundamentalmente por la entrega generosa de Jesús a nosotros como un don del Padre; es dejarnos llevar por eso que Gustavo llamaba “gratuidad del amor de Dios”, y que hoy el Papa Francisco lo ha reafirmado en su encíclica sobre el Corazón de Jesús. El Papa lo llama “don gratuito”, y Gustavo le llama “gratuidad” del amor de Dios.
Si nosotros no somos amados gratuitamente la vida no tiene sentido, porque la vida solamente tendría el sentido “limitado” que nosotros podemos darle, que es sincera como manera de encontrar algo en la vida, pero es insuficiente porque lo creamos nosotros. Y lo que Gustavo nos enseñó es aceptar el don de la revelación, y si no era explícito como muchos de los que estamos aquí y hemos llegado a ser ministros como él, en otros que puede ser que no comprendan mucho, sintieron la presencia de él como un don, y así se acercó Jesús a sus vidas. Y siendo amigos de Él, continúan en la brecha del mismo camino nuestro como Iglesia, del servicio a los pobres, de la justicia y del compromiso que tenemos para vivir.
Por eso, en el Evangelio que hemos leído (Lucas 12, 49-53), Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, le agradece a Dios porque el Señor del cielo y de la tierra ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Y esa es la decisión del Señor, esa es la opción del Señor, este es el fundamento de la opción preferencial por los pobres.
Y esa opción preferencial, si bien es cierto ha estado presente en la historia de la Iglesia desde siempre, es importante que el Padre Gustavo la haya tomado como fundamento para caminar en este mundo donde la injusticia, la miseria, la marginación, la intolerancia, la dictadura, el desprecio y el maltrato se quieren imponer, como ha sido en muchas épocas, pero que lo está siendo también en nuestra época, en la cual tenemos el deber de humanizar a la humanidad con los mismos sentimientos de Jesucristo.
Esta “opción por los pequeños”, se dice en griego "nepioi" (νηπιοι), que significa onomatopéyicamente “ni pío”; es decir, los pequeños son los que no hablan, los que no dicen “ni pío”. Y, sin embargo, cuando Dios les revela su amor, aprenden a hablar y a decir las cosas, aprenden a ser críticos, aprenden a abrir horizontes en la historia que nos permite transformarla y mejorarla según la imagen del amor de Dios. Y, por lo tanto, nos hacemos hermanos universales, aprendemos a dialogar con todos.
Y quisiera, en ese sentido, decir que Gustavo tuvo una experiencia humana que le permitió acceder a todos, especialmente, a los que más sufren. Me contaba Bruno Mari, su amigo marista que trabajó en la embajada de Roma y fue muy amigo del cardenal Landázuri, que a Gustavo le gustaba mucho el fútbol (fue arquero en su juventud). Entonces, un buen día le pasó lo mismo que a José Carlos Mariátegui: le cayó un pelotazo en la pierna y se reveló que tenía una osteomielitis. Y desde allí su vida cambió porque tenía que pasar toda su época del colegio en cama, y sus compañeros le llevaban los apuntes para que aprendiera las lecciones que daban en el San Luis de Barranco.
Él me contaba - alguna vez cuando íbamos en un tren en Roma - que lo rodeaban sus amigos, le llevaban los apuntes, pero como eran dispersos, Gustavo los leía todos y después hacia un resumen; luego, venían a preguntarle para que en el examen salieran bien. Y eso nos recuerda a todos, especialmente, sobre todo a los Unecos y a los que formamos diversas comunidades con Gustavo, cómo nos enseñó a escuchar nuestras experiencias en los plenarios y, al final de ello, hacer su famosa “tuerca”. No era una tuerca para ajustarnos las clavijas, porque no era su estilo, era para poder resumir y rescartar de la riqueza que salía de la experiencia, ideas nuevas para seguir caminando en la fe.
Y ahí nos hizo reconocer la importancia grande de la teología. Es decir, Gustavo entendió que la teología es un instrumento de la caridad, del servicio y la solidaridad porque, si no valoramos nuestras experiencias, qué obras de caridad vamos a hacer si no sabemos cómo es el sufrimiento de la persona, ni tampoco articulamos un lenguaje capaz de hablarlo y de decirlo para saber de qué se trata.
El Papa Francisco, cuando ha establecido que la Iglesia está llamada a ser como en los primeros tiempos, una Iglesia sinodal, ha dicho tres cosas: caminar, juntos en la historia, y ante los sujetos históricos (esa es la última cosa que nos hemos olvidado). Caminar juntos no basta, porque la comunidad puede cerrarse, caminar juntos ante el Otro y ante el pobre, sobre todo, ante el sufrimiento humano, ante los desafíos de la historia. Eso es lo que nos permite saber qué nos quiere decir el Señor, escuchando el lenguaje de los últimos. Si no los escuchamos no sabremos de qué se trata, e imponemos unas caridades que nosotros hemos inventado (como a veces inventamos las religiones).
La novedad de la fe cristiana, justamente, está en que el Dios que se ha dado a nosotros es un Dios que nos habla desde el sufrimiento, desde le siervo sufriente que Jesús encarnó después de siglos de haber sido anunciado por un antecedente histórico tremendo que tuvo Israel, y que Isaías nos cuenta en sus cuatro cánticos.
Hoy día, necesitamos también el saber escuchar lo que vive la gente, y cuando el Papa insiste en la escucha, se refiere a una Iglesia que camina junta, pero no arrollando, no atropellando, no imponiendo, sino en el zigzag del encuentro con los otros; y va cambiando de forma según la vida, los problemas, las dificultades de los pobres. Y eso nos enseñó Gustavo: a caminar en zigzag, ir para aquí, ir para allá, como Jesús cuando camina. Jesús camina con sus discípulos y les enseña, pero cada persona que acude a Él, y que Él también encuentra, cambia de maneras. No es lo mismo curar al leproso que curar al sordomudo o que curar a la samaritana, siempre cambiamos. La Iglesia está en movimiento permanente, pero no en movimiento de evolución totalitaria, sino de una evolución de idas y venidas, de complejidad y problemas que se tienen que ir resolviendo poco a poco con imaginación y con la inspiración del Señor. Eso nos enseñó Gustavo.
Y, claro, cuando nos encontramos con esos “otros” en diversos lugares, regresábamos con nuestras experiencias, y como el Señor, que se reunía con sus discípulos a un lugar apartado para poder descansar un poco y hablar, así también él nos permitía entender no solamente lo que vivíamos, sino lo que habíamos recibido.
Por eso, a él también se le deben varias frases preciosas, como la que acuñó en una fórmula: “opción preferencial por los pobres”, o sea, decisión preferencial por los pobres. También Gustavo supo acuñar algunas frases que nos permitían entender cómo movernos con la gente. "¡Qué bien estaríamos si no fuera por la realidad!", esta frase es una manera descolocada de entendernos. Nosotros podemos estar muy bien, pero … ¡la realidad llama!. Ese es uno de los problemas gravísimos de nuestra fe cristiana en el Perú, porque hemos predicado una religión en donde nosotros tenemos nuestro lenguaje, lo entendemos como católicos y creemos que los demás lo van a entender y, entonces, lo imponemos. Y, por eso, la gente va por su camino. ¡Gracias a Dios que lo hace! Porque las personas no son bancos en donde depositamos nuestros conocimientos y nuestras doctrinas, sino que sabemos como cristianos que el Señor está presente en todo ser humano.
Y hoy día, el Santo Padre lo dice en su encíclica «Dilexit nos»: el amor gratuito de Dios que hace a todos hijos y que no cuesta, que no cobra. Como hemos dicho en jerga (como Gustavo nos enseñó a hablar): “Si la gracia no es una gratuita, es una desgracia”. Y la gratuidad, el amor gratuito, significa que todo ser humano es hijo de Dios, aunque no lo sepa. Y tenemos que escuchar en él, la presencia de ese Dios en sus ambigüedades, pero, sobre todo, en las riquezas y maravillas de cada persona.
Gustavo, por eso, es un signo para nosotros de lo que es la delicadeza humana, porque tenía muchos amigos como los tenemos ahora y por el mundo también. Y supo introducir esta perspectiva de opción preferencial por los pobres hasta hacerla universal aunque le costara la vida. Y lo golpearon muchísimo por eso: ¡comunista!, ¡eso es marxismo! Pero, era en realidad, Evangelio puro. Y distorsionaron tontamente, tan tontamente, que hoy día vemos los resultados de todos esos ataques. Y, por eso, nosotros no estamos para reírnos de eso, sino para decir: hay que cambiar la manera de vivir cristianamente.
Tenemos la necesidad profunda de esa fe cristiana que se asume como fe no para salvar solo el alma individual, sino todo el ser humano y toda la historia. A Abraham, el Señor no le dijo: “Sal de tu tierra y vente para el cielo”. El Señor le dijo: “Sal de tu tierra y ve a la tierra que yo te mostraré para que seas una bendición para los pueblos”. Y eso es hoy día la Iglesia, y ese camino evangelizador Gustavo nos lo enseñó.
Gustavo también nos dijo una cosa muy importante: “nosotros vamos a evangelizar y salimos evangelizados”. Eso es lo que aprendimos con él y todos lo podemos comprobar. Cuando uno evangeliza, sale evangelizado; cuando va por lana, sale trasquilado. Y esa es la Iglesia que se deja andar por el mundo porque el Espíritu la mueve. El Espíritu es algo mucho más profundo que simplemente repetir fórmulas y obligar a la gente que aprenda el catecismo de memoria. El catecismo es muy útil, centra cosas (un poco como los resúmenes de Gustavo, clarifica algunas cosas). Pero lo normal es que no vivimos repitiendo el catecismo, vivimos hablando de nuestros problemas y descubriendo a Dios en el corazón de ellos.
Y en esta humanidad que está a punto de estallar, en donde hemos generado un mundo por obra de la expansión totalizadora del individualismo moderno, tenemos el auxilio de que nuestra fe está bien fundada en el Evangelio, y tenemos otro auxilio, gracias a lo que hemos avanzado en los últimos años en teología, estamos entrando en un momento en el cual, rescatamos a aquel que fue un fundador de la modernidad y a quien no se le escuchó, aquel que es citado en la última página de la teología de la liberación, Blas Pascal, nos plantea a todos el reto de hacer un mundo en donde no solamente haya el cálculo, el cálculo que se hace a partir del nacer, porque cuando nacemos necesitamos calcular el espacio y el tiempo y usar categorías, pero no es lo único. Cuando se está en el útero materno, somos acogidos y vivimos de los fluidos gratuitos del amor de la madre. En teología pueden ser pensados simplemente como el reflejo de lo que nos revela el amor gratuito de Dios que, imparablemente, llega, y esta detrás de todo lo que hacemos y vivimos, pero que una vez nacidos tendemos a olvidar, porque es sutil, invisible, delicado. A esa experiencia uterina, pre natal, gratuita, le llama Blas Pascal “el espíritu de fineza”.
Y tenemos un mundo que ha olvidado el espíritu de fineza y solo se ha dedicado a la geometría. Y necesitamos re-entroncarnos nuevamente para reordenar lo que se ha hecho solo con un espíritu geométrico basado en sistematizar la ambición, la locura, el dinero y la desesperación.
Gustavo nos deja, entonces, un legado: el legado de llenar de gratuidad finísima este mundo, lo cual nos va a costar seguramente la Cruz del Señor(como le costó a él). Pero este recuerdo es el mismo Jesús quien nos lo dice, pues Jesús quien asumió la Cruz, perdonó y, como dijo el Papa Francisco, “está clavado no por la fuerza de los clavos, sino por la fuerza de su infinita misericordia”.
En Dios no hay temor, y ese es el lema de la fe cristiana: “no hay temor en el amor, porque el temor mira al castigo, en cambio, el amor expulsa el temor”. Gracias Gustavito porque nos enseñaste a expulsar el temor de nuestras vidas siendo fiel al Evangelio.
Que a todos nos bendiga el Señor, hoy día. Y ahora dejemos que el Santo Padre Francisco exprese sobre Gustavo sus palabras:
Mensaje del Papa Francisco: «Hoy pienso a Gustavo Gustavo Gutiérrez, un grande, un hombre de Iglesia que supo estar callado cuando tenía que estar callado, supo sufrir cuando le tocó sufrir, supo llevar adelante tanto fruto apostólico y tanta teología rica. Pienso en Gustavo, todos juntos recemos por él. Que en paz descanse»
Commenti (0)