Josep Maria Carbonell su "Vida nueva" a sostegno del papa
Estimado santo padre, Honestamente, debo confesarle que, a diferencia de la mayoría de mis amigos, recibí su elección con reparos y desconfianza. Sus primeros gestos, sus primeras intervenciones, los viví de manera muy escéptica. Cuando se quedó en Santa Marta, no me lo podía creer. Después, sus críticas al aparato vaticano, las recibí como aire fresco. El viaje a Lampedusa, para mí, fue muy importante. Vi en su persona la herencia de Medellín, Puebla, Aparecida, y me di cuenta de que, efectivamente, nos encontrábamos ante una nueva etapa. He seguido con gran interés sus homilías que rápidamentente se empezaron a traducir en catalán en Catalunya Religió. He leído sus declaraciones en Civiltà Cattolica, en el periódico La Reppublica y pienso que –contra todo pronóstico- nos encontramos ante una nueva "primavera eclesial". Desde mi experiencia vital, me permito sugerirle con toda humildad algunas prioridades básicas para su mandato. Estas son:
- La Iglesia debería continuar por el camino marcado por el Concilio Vaticano II. El año pasado, celebramos el quincuagésimo aniversario de su inicio esperanzador. El Concilio representó un gran paso delante de la Iglesia. Hemos pasado por unas décadas de revisión de las grandes opciones teológico-pastorales que lo han cuestionado y marginado, y una parte de la Iglesia se ha recluido y encerrado en si misma. Entiendo que cuando en Rio de Janeiro usted pidió a los jóvenes que provocaran lío –“pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle”– precisamente se refería a superar el modelo de una Iglesia cerrada, que quiere recrear dentro de sus cuatro paredes una nostálgica sociedad, perfecta y cristiana, que detesta el mundo y todos aquellos que no siguen su predicación. En sus manifestaciones y decisiones públicas he visto –o he querido ver– una vuelta al espíritu del Concilio. Este es el camino, y piense que a muchos católicos resistentes y a muchos que se habían alejado, retomar este rumbo nos llena de alegría y fuerza.
- Desmundanizar la Iglesia para conseguir una mayor credibilidad en su misión esencial. Como el papa emérito explicó en uno de sus viajes a Alemania, conviene entender la desmundanización como la capacidad de la Iglesia de “liberarse de la carga material y política” y de “las pretensiones y condicionamientos del mundo” para adentrarse plenamente en su misión de anuncio de la Palabra, es decir, el testimonio de Dios revelado en la historia humana en la persona de Jesús de Nazaret como manifestación de su Amor.
- Es necesario un mayor respeto hacia la pluralidad de la Iglesia y un gobierno más participativo. Se ha de respetar mucho más la pluralidad en la Iglesia sin que esto signifique el menoscabo de su unidad. Así mismo, la Iglesia universal y las iglesias locales han de encontrar un mejor equilibrio a favor de las dinámicas y realidades locales.
- La mundialización de la Iglesia tiene que reflejarse también en su relato. Estos meses hemos visto cómo su experiencia en América Latina ha impactado profundamente en la Iglesia. Debemos deseuropeizarla –también en Europa– para que toda ella retome un nuevo aliento y una mayor intensidad evangélica (esto es lo que yo entiendo, al menos, por “ardor” evangélico). Con su elección, con su comisión de cardenales – ¿por qué no también de sacerdotes y laicos?– pero, por encima de todo, con su actitud y compromiso, parece que las iglesias locales de América Latina, áfrica y Asia tendrán una mayor presencia en el rumbo de la Iglesia. Este es el camino, también para Europa.
- Dos prioridades: aunar la mediación cultural y la acción social. En algunas sociedades, especialmente en Occidente, el imaginario de la población está huérfano de Dios. O ha girado la espalda a Dios. Es un segmento de población –también presente en otros continentes– marcado por un férreo individualismo utilitarista, por vivir en la lógica de la cultura capitalista y del consumo y en instalarse en el entretenimiento que ofrecen la mayoría de productos audiovisuales. Actuar en el campo de la mediación cultural pasa por nuestra capacidad para ofrecer un “relato” o una “narrativa” de sentido e interpretación de la vida humana, donde Dios retome su centralidad. Un Dios Padre de todos, que nos haga descubrir el otro, el prójimo, la bondad, el amor y que, descubriéndolo, nos ayude a intuir una forma de vida diferente, un mundo con otros valores centrales. Por todo esto, nuestra propuesta cultural debe aunarse a una acción social junto a los pobres y marginados y en el compromiso por la justicia dónde se encuentra el núcleo central de la predicación de Jesús, de Dios revelado a los hombres y mujeres. El relato cultural y social deben unirse para dar una mayor fuerza al anuncio del Evangelio.
Commenti (0)